Chris Cornell: 10 años, 10 minutos y otras historias

10 años. Fue durante diciembre del 2007, cuando trabajaba en una oficina que tenía convenio con una productora, que la posibilidad de ver a Chris Cornell en vivo se hizo cierta. Su concierto se había anunciado para Espacio Riesco hacía meses, sin embargo, sin mucha plata en los bolsillos y menos tiempo dado los dos pequeñines que me esperaban en la casa, no había logrado resolver cómo evitar perdérmelo. Todo llegó de la mano de un sorteo.

Siempre regalan entradas cuando hay convenios, así que fui donde mi jefa a preguntar si en una de esas tenía invitaciones: la noticia buena era que sí, pero la mala que ya las había sorteado, aunque le quedaban para ir a ver Coco Legrand y me las podía regalar  (rayos, doble noticia mala).

Entradas en mano y con el lema de que en pedir no hay engaño voy donde la persona que tenía las de Cornell, quien para mi sorpresa estuvo feliz, feliz de cambiármelas para ver a Legrand, porque «en realidad ni sabía quien era ese gringo».

¿Cornell? ¿Coorrrneeelll? Su voz me había acompañado en los ’90 cuando hacía programas de radio y lo que editaba Sub Pop Records desde Seattle se había transformado en lo más entretenido de esa época. Ese 2007 Audioslave, su segunda banda, ya era un recuerdo, pero yo seguía cantando Like a Stone a todo pulmón mientras paseaba a mi hijo menor en brazos para que se durmiera. Canción muy mainstream, que sin embargo me paraba los pelos con esa voz que para mi gusto lograba mejor marco en Audioslave que en Soundgarden, si nos referimos sólo a mostrar masivamente el registro vocal increíble de Cornell.

Volviendo al concierto. ¡Yuju, tengo entradas! Rayos, ¿con quién voy? Luego de varias llamadas, Pablo Sepúlveda, actual sonidista de Santa Feria y de Castillo Sonoro se embarca en lo que yo siento que fue una feliz aventura para ambos: también quería ir y también se estaba quedando fuera.

Lo que recuerdo de ese concierto es que llegamos cuando ya empezaba, que el espacio no era adecuado y que tuve que quedarme atrás casi toda la presentación, porque mi chileno metro sesenta no me daba para resistir los empujones de quienes estaban más cerca del escenario y por lo menos unos treinta centímetros más cerca del techo que yo. Sin embargo, lo que más me quedó fue que Chris Cornell nos regaló una presentación de tres horas, donde se veía pleno, disfrutando de ese público que se las coreaba todas, como incrédulo.

Honestamente me dió la impresión de estar pensando qué más podía cantarnos, cuando coronó el show con un cover de Led Zepellin. Me fui feliz y me hice fan.

10 Minutos: En las siguientes venidas a Chile, debo reconocer que me lo perdí. Otros compromisos vinculados a la música nunca permitieron que disfrutara de nuevo de su voz en vivo. Sin embargo, llega el 2016 y se presenta la posibilidad de verlo en el mejor espacio posible de Santiago: el Teatro Municipal.

¿Comprar entradas? Imposible, se agotan en menos de lo que me está tomando escribir esto. Shit. Un día jueves, en medio de reunión junto a los amigos de la agencia Merca, me llega un mensaje donde me dicen que Chris Cornell ha manifestado su interés en conocer un proyecto vinculado al trabajo musical con niños y si es factible invitar a su concierto a la Orquesta Infantil del Colegio Siria. Sí, claro, obvio. Es cosa de hacerlo. Coordinaciones rápidas y en un día que honestamente no me imaginé nunca voy rumbo al Teatro Municipal en una camioneta. Los niños con sus poleras con logo de la Orquesta, yo con la camiseta interna puesta.

10 minutos. Estuvimos unos 10 minutos, en los que Chris Cornell nos saludó detrás del escenario del Teatro Municipal antes del show, muy amable, de un hablar muy reposado y muy interesado en conocer lo que hacíamos. Me tocó contarle sobre cómo la orquesta tiene impacto en la vida de toda una familia, cómo los apoderados deben hacer selección de profesores de instrumentos que no han tocado en su vida, porque sí, pos, Chris, hacer una orquesta infantil no es ná fácil, nada en la música es fácil en este país.  «En Estados Unidos hay proyectos similares y tampoco es fácil».

Con un aura de rock star total, a pesar de estar en simples blue jeans y polera blanca, tuvo la mejor disposición de hacerse fotos, echarle la talla a Matías (el violinista que llegó al encuentro con el brazo roto) y acceder a firmarle el yeso. Yo tenía ganas de preguntarle más cosas, ¿qué hiciste en Chile, Chris? ¿te llevaron a algún tugurio bueno? Do you like pisco sour? Pero me sentía observada, porque la verdad es que era la única que hablaba en esta reunión improvisada.

Hicimos fotos con todo el grupo y supe que era ahí o nunca. «Is it possible to get one last pic with me and my daughter?». «Sure». ¡Señor Tour manager, tome mi teléfono! . Click. Click. Muchas gracias. Subir corriendo al cuarto piso del Municipal y escucharlo en vivo en esa caja acústica prácticamente  solo con una guitarra me permitió confirmar que definitivamente su voz era una de las más potentes, desgarradoras y emocionantes que me ha tocado escuchar en vivo.

La música es algo maravilloso. Ayer conversando con una destacada folcklorista amiga cuyo marido falleció hace poco, me contaba cómo se conectaban en sus momentos de pérdidas de memoria a través de Mahler. Hoy, cuando supe que Cornell ya no está más, agradezco haber tenido la posibilidad de disfrutar de esa experiencia que nos dió como artista y del talento que recibió del universo al azar, pero que compartió a través de sus canciones. Para la anécdota quedan las fotos abrazados ese día en el Municipal y los videos de Cornell sin polera terminando el concierto del 2007, también las canciones de Audioslave cantadas a mis hijos. 10 años. 10 minutos. Muchas historias. Eso es justamente, lo maravilloso.

Fotos: Pamela Gaete

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